En el fascinante viaje de la vida, nos encontramos con dos compañeros inesperados: el miedo y la duda. Si bien estas emociones pueden parecer abrumadoras, es crucial recordar que ambas son aprendidas. Reflexionemos por un momento: ¿alguna vez hemos visto a un bebé sumido en negatividad? Los niños llegan al mundo sin un ápice de duda o temor. Todo lo que aprendemos, podemos desaprenderlo mediante la práctica y la repetición. Así, el valor y la confianza se alzan como los primeros antídotos contra la duda y el miedo.
El miedo y la duda, como aprendizajes culturales, muchas veces nos limitan y nos impiden alcanzar nuestro potencial completo. Sin embargo, no debemos olvidar que así como adquirimos estas emociones, también podemos desaprenderlas. Imaginemos al intrépido bebé que da sus primeros pasos sin temor a caer, sin dudar de su capacidad para aprender a caminar. Se cae y lo vuelve a intentar infinidad de veces hasta que finalmente termina caminando. Nosotros de adultos, en caso de un nuevo desafío, si es que lo intentamos, en el primer fracaso ya desistimos y no lo volvemos a intentar. Necesitamos volver a conectar con esa misma valentía y confianza que reside dentro de nosotros, esperando a ser despertadas.
Enfrentar estos desafíos internos requiere valentía y perseverancia. El camino hacia la transformación espiritual y emocional no es fácil y en muchos casos doloroso pero como todo en la vida, se logra con práctica y dedicación. Debemos tomar consciencia de nuestros miedos y dudas, explorando sus raíces para luego cortarlas y así liberarnos. Para esto es imperativo adentrarnos en lugares muy oscuros de nuestra niñez y simplemente llevar luz, la luz de la comprensión, de la aceptación y por sobre todo mucho amor. De esta manera podremos re-interpretar situaciones vividas donde la aceptación y el perdón serán la clave e la transformación.
La práctica y la repetición serán nuestros aliados en este proceso. Cada vez que decidimos actuar a pesar del miedo o desafiar nuestras dudas, damos paso a la construcción de una mentalidad resiliente. Es como si fortaleciéramos un músculo oculto en nuestro interior, uno que nos impulsa hacia adelante sin temor a lo desconocido. Desde la neurociencia esto se traduciría en crear una nueva vía neuronal que nos lleva a pensar de manera diferente ante el miedo y la duda y nos impulsa a la acción masiva empoderada y determinada.
No hay que subestimar la importancia de la autoconfianza y la autodeterminación en este proceso. Debemos creer en nuestras capacidades y en la posibilidad de superar cualquier obstáculo y para esto es necesario recordar nuestras batallas ganadas, lo que yo llamo la mochila del super héroe. De esta manera podremos enfocarnos en los logros que hemos conseguido en vez del miedo y las dudas que tenemos sobre nosotros mismos.
Con cada pequeño paso, reforzamos nuestra confianza y nutrimos nuestra valentía para afrontar los desafíos futuros.
En este viaje de autodescubrimiento, es crucial recordar que el progreso es un proceso. Abraza cada pequeño logro, sin importar cuán insignificante parezca. Cada vez que decidimos confrontar nuestros miedos y dudas, estamos plantando las semillas de la transformación y el crecimiento personal.
El valor y la confianza residen en nuestro interior, esperando ser avivados. No permitamos que el miedo y la duda nos definan, sino que usemos estas emociones como trampolines hacia la autosuperación. Aprendamos de la valentía innata que llevábamos de niños y permitámonos desaprender lo que nos limita. Con práctica y perseverancia, construiremos un camino hacia la resiliencia y el empoderamiento personal. Así, nos daremos cuenta de que somos capaces de enfrentar cualquier desafío y alcanzar la plenitud que siempre hemos anhelado. ¡El poder de transformarnos y triunfar está en nuestras manos!